La comida como tranquilizante
La mayoría de nosotros utilizamos la comida como tranquilizante, muchas veces sin ser conscientes de ello. Esto es así porque desde que éramos bebés y llorábamos desconsoladamente, una de las maneras más socorridas por nuestros cuidadores para calmarnos era darnos algo de comer. Entonces, de manera inconsciente, de adultos seguimos repitiendo el mismo patrón.
1º Darme cuenta de mi necesidad.
Cuándo utilizamos la comida como tranquilizante, estamos intentando acallar una necesidad nuestra. Puede ser que necesitamos cariño, o respetar más nuestro ritmo, nos sentimos invadidas por alguien cercano, etc. En esta fase es muy importante pararse cuando venga esta ansiedad o tengamos un rato, cerrar los ojos haciendo respiraciones profundas y sosegadas. Y en una postura de escucha a nosotros mismos, estar unos instantes preguntándonos qué necesitamos; y quedándonos ahí con nuestra necesidad, sin hacer nada más; simplemente contactando con ella, dándole forma.
2º Encargarme de mi necesidad.
Una vez en contacto con nuestra necesidad real, en vez de utilizar la comida como tranquilizante, podemos llevar a cabo pequeñas acciones, pasos muy concretos que lleven al camino de satisfacer esa necesidad que está sin resolver. Por ejemplo, no valdría la acción de quererme más o cuidarme más. Sino que sería algo así como «los lunes y miércoles por la noche, antes de cenar voy a darme una ducha con música relajante». Es decir, cuanto más concreto mucho mejor.
Se trata pues, de dejar de recurrir a la comida como tranquilizante y empezar a hacerse cargo cada de las necesidades propias que están insatisfechas y que están ahí muy presentes.